DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

19 de septiembre de 2007

Martina

Esta Martina que ahora tengo es la Martina que siempre había querido tener –pensó la misma Martina-. No. Esta Martina es la misma de hace 22 años, la que había querido reencontrar –rectificó-. La recuerdo en aquel patio que en aquel entonces era un lugar inmenso a las proporciones del pequeño cuerpo de la niña. ¡Qué sonrisa más serena! ¡Qué cuerpo tan erguido! ¡Qué seguridad le acompañaba a aquella sonrisa compasiva! Martina era tan ella, que no necesitaba más que saber que su familia estaba bien, era una ardua consentidora de su papá, era la consejera de su hermana y la fiel aprendiz de su mamá en las clases de cocina. Qué más necesitaba si no tener un patio dispuesto para los juegos de su hermana y ella, cuando jugaban a las señoras ocupadas que tomaban el té y hablaban de cosas cotidianas que aprendían de los adultos. Qué más necesitaba sino una tarde de lluvia para arrancar los pedazos de pintura que se desprendían de las casas viejas del barrio. Qué más necesitaba sino soltar una carcajada que le abriera los pulmones bajo la lluvia. Qué más necesitaba sino alimentar ese espíritu gentil y fuerte de la, hasta hoy niña, Martina. Esta es la Martina que ahora soy, es la Martina que ahora he recuperado. Soy yo –se dijo-.
Treinta años han trascurrido. Y Martina recuerda cada momento de su vida con los mismos colores y las mismas sensaciones del momento. Además de su infancia, recuerda aquel atuendo que le permitió esconder siempre lo que sentía. El negro era su color favorito. La música. Los conciertos. Emborracharse. Trasnocharse. En su momento, su estilo de vida parecía el de una persona sin miras al futuro. Internamente, Martina sabía que en el fondo su forma de vida era una profunda negación a todo aquello que no le parecía justo del mundo. Martina creció y creció dejó de usar ropa negra, pero no dejó de pensar lo mismo sobre el mundo. Si, siempre fue preguntona, nunca le convenció nada del todo, siempre fue existencialista, siempre se interesó por las cosas de la vida, siempre sintió el dolor ajeno. Siempre.
Hoy, mientras Martina escuchaba una estrujante pieza de piano y un ligero llanto rozó sus ojos pensó –esta es mi Martina, esta soy yo, esta es la niña que al fin he recuperado-. Los treinta han venido para Martina como una ola refrescante de descubrimientos incesantes de la vida, la misma seguridad y cuerpo erguido que tuvo en aquel entonces, a los ocho años, se han posicionado nuevamente en su ser. Hoy, Martina ha roto con la maldición tan equívoca de los treinta –tienes que casarte, tienes que tener hijos, tienes que ser seria, tienes que pensar en tu futuro, bla bla bla- Hoy Martina inicia el camino largo y placentero de ser mujer.

A todas mis contemporáneas con amor.

2 comentarios:

Blas de Lezo dijo...

Felicidades a Martina y todas sus contemporáneas. Casar, procrear, solo es patrimonio de quién lo desee, ser serio es necesario pero siempre que no eclipse la alegría. la Luna seria no deberá nunca interponerse al brillante y alegre sol y creo que Martina es puro Sol.

Me reitero, felicidades

Anónimo dijo...

Gracias por tomarte el tiempo para enviarme un comentario!!!, me dan ganas de postearlo en la página de Menina, suena muy poético.

un saludo y de nuevo, gracias.