DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

1 de abril de 2008

Solo venía por dos años pero se me atravesó la vida…De todos los migrantes que vivimos en Tijuana, no hay uno solo que haya dicho alguna vez “yo solo venía por dos meses” “yo sólo venía de vacaciones” “yo solo venía por dos años” y nunca nadie pensó que la vida se atravesaría caprichosamente para anclar-nos en la ciudad por años, años y más años. Yo ya llevo cinco y sigo pensando que algún día me voy a ir –no sé cuando y a donde pero de que me voy me voy ja! también así decimos todos-. Y, como me voy a ir, ¿para qué compro cosas si las voy a dejar?, ¿para qué compro una casa, muebles, si los voy a dejar? Siempre que compro algo –sea cual sea el objeto- lo primero que pienso es si no estará muy pesado para la hora de regresarme – ¿a dónde me voy a regresar? sepa dios- eso del retorno es casi como un síndrome para los migrantes en realidad nadie sabe a donde va a regresar, de toda la primera parte de mi vida en el D.F. solo quedan recuerdos. Pero son recuerdos que anclan y también generan cierta melancolía y añoranza de lo que la vida, la convivencia, las amistades, los sitios en los que se estuvo. Por ejemplo yo adoraba caminar por las calles cercanas al Palacio de Bellas artes, por alguna razón este sitio siempre fue mágico, en tiempos de frío me encantaba sentarme cerca del museo que en el d.f.. conocemos como el del “caballito” me tomaba un café y me imaginaba cómo habría sido la vida hace 100 años, quién habría caminado por esas calles grises llenas de historia. La parte trasera del Palacio Nacional es una maravilla si mal no recuerdo estaba la escuela donde estudiaron Frida Kahlo y Diego Rivera, extraño los museos, el gentío gritando por la calle, las cosas baratas, los mercados con frutas frescas, el gritoneo de los carniceros diciéndoles a las mujeres “que va querer reina”. Otro síndrome que da es el de “maravillar” todo lo que fue el lugar de origen, que para el caso de los que vivimos en el D.F. a veces esta “maravilla” se diluye cuando me acuerdo del tráfico en el periférico de pasar una buena parte de mi vida estancada en un embotellamiento, sentada a lado de un extraño que muchas de las veces se ha quedado dormido y me tocaba cargarlo durante el viaje porque el cuerpo se le aflojó y se mueve a voluntad de los baches y enfrenones del autobús, con estos recuerdos se termina la “maravilla” de vivir en d.f y me nace una gran tranquilidad el vivir en Tijuana. ¡Qué paradójico! No es que prefiera las balaceras, no, más bien prefiero las distancias cortas, vivir cerca del mar, prefiero el aire fresco de todas las tardes, pasar la tarde haciendo cualquier cosa excepto estar metida en un tráfico terrible que hace cada vez más largo el trayecto para llegar a casa, en fin, disfruto este capítulo, tan lejos de los míos y tan cerca de mí. En la soledad, ó en la ausencia de todos aquellos a los que solemos llamar “los nuestros” me he encontrado aún más porque he podido verme a distancia y comparar, identificarme, escoger o elegir. Tijuana se ha convertido en el segundo terruño –nunca pensé decir esto-, se ha convertido en parte de mi propia historia. Es tan difícil adaptarse a ella que cuando uno logra domesticarla realmente se enamora de estar en este trocito de México unas veces tan difícil de entender y otras tantas tan difícil de dejar. Y lo que en realidad sucede es que comencé a vivir, vivir y vivir, comencé a escribir mi propia vida, hasta que me quedé…. –pero me voy a ir ehh!-