DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

5 de mayo de 2007

LA ESTRELLA


Tijuana, ciudad cosmopolita, de tránsitos diversos. La gente pasa por “LA REVO”, -avenida principal y más antigua de la tan estigmatizada ciudad-, cholos, negros, gringos, ojos rasgados, mexicanitos y mexicanitas, mixtecos, huicholes; todos transitan por la gran avenida buscando un poco de satisfaction. Así es la vida en esta ciudad fronteriza, un intercambio cultural a cada paso.
¡Para todos hay! Está el antro punchis-punchis, el table dance, y el cachondo lugar para bailar con un gran desconocido (a), que por una noche se convierte en el gran amante. La Estrella Dancing Club, es el lugar donde se reúnen los cuerpos sudorosos y ávidos de un poco de amor, de un apapacho y un buen galán para bailar, o en su defecto de una…BUENA reina.
La pista luminosa tipo “fiebre del sábado por la noche” con luces de colores y esferas espejeadas, hacen sentir al aficionado como en uno de esos concursos discotequeros que invitan a lucir los pasos aprendidos en los setenta. No obstante, los cuerpos inhibidos que se posan en la pista son grandes amantes de la música norteña y la banda. Mientras más dolidas sean las letras de las canciones, mejor, para que lleguen hasta el fondo del corazón inspirando a que los cuerpos bailen pegaditos y así juntar los cachetes húmedos.
Esta pista colorida contrasta con el resto de la decoración, pues La Estrella como buen club de baile, está engalanada con diferentes pinturas que expresan distintos tipos de bailes folklóricos: banda, norteño, ranchero, ritmos cadenciosos, incluso… desnudos sugerentes para el aficionado al baile.
La gran Estrellita, como se le dice de cariño, alberga cada noche de viernes y sobre todo de sábado, todo un escuadrón de bailarines que se descuelgan de diferentes lugares de la ciudad fronteriza. Todos y todas son migrantes dedicados a diferentes oficios, principalmente trabajan en las maquilas, albañilería, algunos jardineros, sexo servidoras, etc. Algunos llegaron de Sinaloa, otros de Puebla, Jalisco, Sonora, todos tienen en común el gusto por el baile, la lejanía y añoranza de su terruño, la certeza de un empleo mal pagado pero que les permite -al menos- darse sus gustos de fin de semana, como bailar y tomarse una cerveza bien fría y galantear o coquetear para después ser los reyes de la pista.
Un rasgo que es común entre la gente que visita el club, es la terrible soledad que se respira, una soledad capaz de aceptar casi cualquier cosa, hasta compartir el sudor de un cachete con alguien que transpira alcohol. Los cuerpos mientras permanecen estáticos en sus mesas, pierden su vista en el infinito, beben y beben cerveza como para darle rienda suelta a la desesperanza, el seño fruncido de dolor mientras cantan su canción favorita –como decía- la más dolosa, la más llegadora, la más desgarradora.
Quién sabe qué es en realidad lo que vive cada personaje que visita La Estrella; en los baños de mujeres por ejemplo, las historias las protagonizan los caballeros: abandonos, engaños, coqueteos, citas, peleas; mientras las mujeres se repintan una y otra vez los labios de rojo, el enojo e incluso la tristeza se refleja en sus ojos, sin duda.
Cuando llega el turno de salir a bailar –aunque no siempre llega el mejor modelito del lugar- una mano ofreciendo su ritmo no se puede desdeñar de ninguna manera, ya que a pesar de la congoja o la desolación en La Estrella Dancing Club, se va a divertirse y a prestar el cuerpo con toda la alegría y la pasión, aunque sea por un momento, por una canción. El cuerpo en ese momento se convierte en el recurso que libera al corazón. En el momento del baile las mujeres se convierten en las reinas de la pista y los hombres en los reyes, es el instante en que se aprovecha para lucir el vestido, el peinado, el cuerpo y los pasos más exóticos, más elegantes y más divertidos. Es el minuto en que se olvidan y se apegan aun más al terruño, al lugar que los vio nacer.
Algunos bailan con la misma pareja, prometiéndose amor eterno solo por una noche, otros bailan con uno (a) y otro (a) hasta perder el juicio. Otros, deciden consumar su amor pasajero en el Hotel más cercano, y otros finalmente salen mareados del ruido, el alcohol y el cigarro en busca de un rincón que los consuele.