DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

11 de noviembre de 2008

Quédate.

Eternidad que no vengas tú y me atrapes.
Si apenas siento tu sollozo entre mis muslos.
Y éste miedo sella como el camino cotidiano.

Que no venga ni se acerque la ausencia de ti.
Que no me gane el llanto incontenible.
Que no se agrie la garganta de tanto esperarte.
Que eso nunca me pase a mí.

Que las noches sigan siendo el manjar de los días.
Y tu calor se acurruque con el mío.
Y el calor de la cama medicina diaria.

Que el cuerpo no diga nada.
Y que se enrede con el mío para gritarme.
Y que siempre con o sin él, estemos juntos.
Que se quede, como líquido indispensable.

5 de noviembre de 2008

Tijuana [¿NO?]

Disculpen ustedes si lo que voy a escribir suena trillado. Al momento de escribir esto me convertiré en una relatora trillada, pero como seguramente todos aquellos que han escrito una experiencia así necesitaban hacerlo para explicárselo al menos frente al monitor que exhibe mi desazón, es preferible convertirse en una trillada más que tragarse la emoción.
Hace unos cuantos minutos me encontraba en la zona del río, quienes vivimos en Tijuana identificamos perfectamente bien ésta zona, es una zona comercial y sumamente transitada, los chilangos imagínense Reforma cuando hablo de ésta zona. Mientras platicaba con dos personas sobre los percances de mi auto chocado –esa es otra historia- escuchamos los mismos sonidos tipo cuetes de las ferias, igualitos a aquellos que escuché la noche del domingo para lunes de ésta misma semana frente a mi casa. Por supuesto, no había fiesta que celebrar, los cuetes no eran cuetes sino balas, paralizados los tres que platicábamos sobre la banqueta justo a un costado donde se suscitó la balacera supimos que nos encontrábamos en medio de lo que en Tijuana se ha convertido sólo en una noticia cotidiana. Luego vino mucho movimiento y gente corriendo por la calle. Tal y como lo he visto en las películas de acción, decidí tirarme al suelo para protegerme, sin embargo me alertaron a correr al edificio que estaba a nuestras espaldas, de manera que entré casi por inercia pues nadie -o nadie como yo al menos- experimenta estas cosas cotidianamente excepto a través del televisor.
Sin perder el toque de las películas de acción, entré al edificio y me volví a tirar al suelo, mientras afuera se escuchaban sirenas de ambulancias y un helicóptero que comenzó a volar sobre la zona. Inmediatamente y casi como histérica les dije a las personas que se encontraban cerca de mí que se echaran al suelo, una señora se sintió protegida al arrinconarse en un escritorio de triplay chafa y barato que no servía para salvar la vida pero sí, como buenos seres humanos para sentirse protegido, ¡qué vulnerabilidad!
Por supuesto las personas que trabajan en el edificio minutos después nos solicitaron que saliéramos del lugar, con los labios temblorosos pregunté que a dónde íbamos a ir, la persona me contestó que me fuera a mi carro y luego a mi casa –cosa lógica por supuesto- más bien quise decir “y qué será de nosotros” al salir y encontrarnos en medio de una balacera. Sin otra opción, tal y como McGiver lo hubiera hecho, quitamos la alarma del carro y en menos de tres segundos ya estábamos avanzando hacia nuestra casa. Mi cultura cristiana se manifestó e hizo efecto a pesar de toda mi histórica lucha por olvidarme de los preceptos católicos, me puse a rezarle a la virgen de Guadalupe –háganme el favor- para que nada nos pasara y en efecto, nada nos pasó.
En el trayecto a mi hogar, pensaba qué tan vulnerables somos, y cómo cada quien vive en su propia lógica, mientras yo estoy pensando en meterme a mi casa, tomarme un té con leche que tanto me gusta, ver la tele en mi cama y sentir el placer de estar en mi lugar de descanso, hay otros que están marcando la lista de las personas a las que tienen que matar. Qué duro es vivir distintas realidades en un mismo espacio, o peor aún, tener que compartir esa realidad con alguien que sería incapaz de sentir placer al darle un sorbo al té caliente con leche.
Tijuana, pobre Tijuana, alguien dijo por ahí “Tijuana ya tuvo su Tlatelolco” los mexicanos sabemos qué fue y que es, Tlatelolco para nosotros. Esta historia, en efecto, es trillada, muy trillada, cuántas personas habrán vivido esto mismo, quizás no solo una vez sino muchas, miles, día a día. Yo me rebelo, así no se vive la vida por eso los siento: Tijuana NO.