DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

12 de septiembre de 2009

Esperando al psiquiatra.
Mientras Roberta permanecía sentada en la sala de espera que está afuera de los consultorios del hospital psiquiátrico, su hermana Sara deambulaba por los pasillos tratando de hacerle plática a cuanta persona cruzara siquiera la mirada con la de ella. Fuerte, robusta y hasta con chapetes Sara iba de un lugar a otro sin parar, a cada persona que lograba entretener con su plática le contaba una historia distinta, pero todas verdaderas. Sus gesticulaciones faciales no hacían pensar otra cosa pues pelaba los ojos de tal forma que el sentimiento le salía por ellos, sus labios se apretaban y se estiraban exageradamente mientras contaba la historia de que el novio de su sobrina se la había robado.
En la banca azul un poco zafada Roberta esperaba al médico que por fin atendería a su hermana, con rostro cansado, apagado y una postura encorvada, sólo observaba como su hermana iba de un lado a otro, de un lado a otro, y una vez más. Roberta había llevado a su hermana Sara al hospital porque había recaído de su tratamiento siquiátrico, la forma en cómo constató este hecho fue la desaparición durante la noche de ésta. Con el pretexto de buscar a su sobrina Sara pasó deambulando toda la noche buscándola como una loca sin rumbo, sin siquiera dignidad.
Ya pasaba un paciente y otro a los cubículos de los médicos, cada uno con su propia afección, algunos creen vivir en la época de los ochenta colgándose aretes y vistiendo con pantalones ajustados. Seguramente verían como extraños a aquellos que usan un pantalón recto y un corte de cabello nada parecido a la época en la que ellos viven. Otros, tienen el complejo de Michael Jackson no permiten que se les vea a la cara por ser juzgados por su fealdad o las marcas de alguna invención que ellos mismos colocaron en su rostros. Y otras, apenas pueden controlar los impulsos que su propios cuerpos realizan mecánicamente sin el poder de controlarlos. Sólo Sara socializa y camina de un lado a otro, de un lado a otro sin fin, sólo esperando entrar con su médico que le dará la dosis exacta para que ella evite pasar las noches fuera de su casa, y olvidarse de la fijación que le causa que el novio de su sobrina se la haya robado.
La horas pasan largas para Roberta, con su tic nervioso que pasa de su mejilla al ojo, se sienta a platicar con Leonora, casi sin quedarle de otra, comienza a platicarle las hazañas que día a día realiza su hermana como parte de su “terrible enfermedad”. Mientras Leonora trata de darle consejos y recomendaciones que ella misma lleva a cabo con su hermano utilizando repetidamente las frases “mira hazle así con tu hermana” , “no le hagas caso cuando te diga …”, “yo le hago así con mi hermano y no me gana”… mil recomendaciones le daba Leonora a Roberta, pero ésta sumergida en sus nervios, su tic y su figura casi desdibujada frente a su hermana, simplemente no podía escuchar aunque ella lo deseara.

Cada que Sara tenía la oportunidad de topar con la vista de su hermana le exigía:

- ¡Roberta! ¡Roberta! ¡Cómprame un chocolate y una coca!
- No te voy a comprar nada, todo lo que te compro terminas regalándolo, no tengo dinero para comprarte nada más.
- Anda Roberta cómprame un chocolate y una coca, ándale, por favor.
- No tengo dinero. No.
- Bueno, no me compres el chocolate ni la coca, cómprame una paleta de un peso.
- No tengo un peso.
- Ándale una paleta, sí tienes un peso por ¡favor, por favor! Si no me lo compras me voy a salir.

Las palabras condicionantes de Sara hacia Roberta surtieron un efecto casi de adrenalina por sus venas, inmediatamente se levantó y siguió de tras a su hermana con el temor de que ésta se saliera del hospital y se echara a correr hasta perder la oportunidad de ser atendida por un médico, que al fin, le diera un somnífero que mantuviera quieta a su hermana y le evitara tantas penas y desgaste.

- ¡No te salgas Sara!
- ¡Sí me salgo! !! Cómprame una paleta de un peso!!
- Estoy harta. Semejante mujer cuarentona pidiendo dulces y chocolates. (Roberta balbuceaba mientras se pasa las manos por el cabello, estirando la piel de su cara. Adivino que casi estaba al borde del llanto).
Leonora al ver la escena quiso contener a Roberta deteniéndola para que no siguiera los caprichos de su hermana: la robusta, la regocijante la “enferma”. Roberta intentó entretenerse con los consejos y recomendaciones de Leonora mientras su cuerpo le exigía tomar del brazo a su hermana y de manera histérica casi enloquecida detenerla y sentarla en las bancas azules de la sala de espera de una vez por todas. Eso pensaba Roberta mientras Sara la veía de reojo con una actitud retadora que le decía “mira cómo hago lo que se me da la chingada gana porque … estoy enferma hermana”. Leonora no se contuvo y con un grito estremecedor en el que todos en la sala de espera se quedaron perplejos y sin aliento lanzó un alarido que rezaba:

¡ERES LA HERMANA MÁS INJUSTA Y CIEGA QUE HAY EN EL MUNDO!

Por ahí se escuchó un médico que gritó el nombre ¡Sara Mendoza, Sara Mendoza! Así fue como Roberta reaccionó y apresurada jaló a su hermana del brazo para dirigirla hacia el consultorio del médico. Mientras pasaba apresurada frente a Leonora cruzaron la mirada, Roberta le regaló una sonrisa como si hubieran intercambiado alguna clave secreta que sólo ellas conocían, y de inmediato cambió la vista hacia su objetivo: el consultorio médico.