DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

30 de octubre de 2006

ALTAR A MIS MUERTOS

Pues así de contar, pues no tengo mucho que decir.
De decirles algo a mis muertos pues tampoco, sólo los recuerdo, a veces los sueños y entre sueños los he olido, y huelen a muerto. Triste, triste no me siento, de hecho nunca me he sentido triste por alguno de mis muertos, yo creo que porque me enseñaron algo en vida y porque sé que se murieron cuando debían hacerlo.
Por ejemplo, mi abuela un día empezó con un dolor de pierna que se le quitaba sólo con los masajes con pomada de veneno de abeja que yo le daba, ni doctor, ni medicina, ¿cuál? lo único que quería es que alguien la estuviera acariciando, tocando, yo la cahé y hasta le dije: “hay abuelita usted nada más nos da sustos pero ¿lo único que quiere es un apapacho verdad? Me acuerdo que nomás echó una risita traviesa.
En otra ocasión aproveché el momento de la sobada para preguntarle si ella ya se quería ir con Dios, me contestó que sí pero no sabía cómo hacerle, ese día sentí que me vio con ganas de que yo le dijera, pero pues yo cómo, de dónde le sacaba una respuesta así, pero algo me dijo que tenía que decirle que sólo se dejara ir, que se sintiera arrullada por uno de los santitos a los que ella le rezaba, y así nomás que se soltara, que se pusiera flojita… a los días, mi abuelita se murió. Y lloré como se estila cuando la gente tiene una noticia como ésta. Después me dio alegría.

Mi otro abuelito por ejemplo, se le iba la vida en puro fumar y fumar, y le decía “!ya no fume!” pero parecía que le dábamos más cuerda para seguir aspirándole al cigarro. Un día se enfermó de enfisema pulmonar y por él no pasaba la vida, fume y fume y nuevamente le recomendábamos “abuelito no fume” y parece que le molestaba porque nos contestaba “pues yo jumo y jumo”, y pues a esas alturas qué más podía pasar, todos de alguna manera sólo esperábamos su muerte. Yo me sentaba en una silla frente a él nomás para estarlo mirando, él me veía y me decía “!qué me ves!”, en ese momento yo reaccionaba y efectivamente me preguntaba, ¿pues qué tanto le veo? No hice más que abrazarlo y apretar el llanto porque no quería que supiera que me ocasionaba una tristeza terrible saber que se nos iba día a día. Finalmente llegó su partida, se acostó en su cama con una sonrisa y el corazón en alto amaneció. Yo no lloré, ya me había despedido de él.

Y de mi tía Martha qué puedo decir, cuando uno es niño vive la muerte de otra manera, no se siente tanto, no sé por qué, no hay apego, no hay tantas emociones confundidas y amontonadas, uno vive la vida, y así se fue mi tía. Hace poco la soñé y la vi tan bonita que hasta gusto me dio carajo, la vi como nunca la hubiera podido ver en vida. La vi con una falda que le ondeaba, su cabello negro y bien peinado, la vi como si estuviera dándose una vueltecita para venir a checar a la parentela, a veces pienso que viene a echarme una vueltecita de vez en cuando, y se lo agradezco, pues dicen que los muertos también cuidan a los vivos.

Por último mi amigo Lalo, éste sí que me dolió en vida, es una larga historia, y este no es el lugar para contarla, como siempre suele pasar, los vivos hacemos alarde de nuestros difuntitos enalteciéndolos, no sé porqué. Esta no es la excepción, pero no por eso es verdad, Lalo mientras sufrió el camino tormentoso de su enfermedad nunca se quejó siempre estuvo a pie de cañón y eso me hizo admirarlo profundamente, en vida y ahora más en muerte, por eso mi altar estará de dedicado a mi amigo, que, muy dignamente pidió llevaran sus restos a descansar al Ixtlazihuatl Un motivo más para admirarlo.

Esta es la historia de mis muertos y la comparto…