DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

22 de marzo de 2010

AFUERA Y ADENTRO: MIRADAS INTERNAS Y EXTERNAS.

Salgo de mi casa y trato de observar con mirada lejana, las calles por las que paso, la gente que anda, las bardas de las casas, lo carros, la actividad cotidiana de la colonia. ¿Qué tan lejana puede ser mi mirada? ¿Hasta dónde puedo ser tan externa? Lo más lejos que puedo estar es posicionarme como una observadora latinoamericana que asemeja lo que ve en esas calles cercanas a su casa, una dinámica que recuerda a lo que se ve en aquellas ciudades del mundo donde nada, definitivamente, está organizado con formas lineales y perfectamente trazadas. Últimamente, cada casa es un negocio: una tienda de abarrotes, una cenaduría, una panadería, papelería, café internet, gimnasio, tienda naturista, cafetería, juguería, zapatería, reparadora de calzado, verdulería, en fin, la creatividad no es limitada y siempre habrá que inventar para poder sobrevivir en este “aquí” que nos ha tocado vivir a todos.
Caminar por estas calles es sortearse la vida, un carro pasa tan cerca de mí que me hace soltar un grito de sorpresa, pero claro, no pasa nada, sólo se está estacionando alguien que va de prisa, sus movimientos de automovilista son tan brutales y tan delicados al mismo tiempo, que existe una línea muy delgada, casi transparente, para sufrir un accidente. (Que de hecho ya lo he sufrido tan solo con el sobresalto). Las aceras no sirven para caminar, en ellas está el puesto de tamales y de tacos “varios”, está el perro bravo echado que ni acercársele, sería bastante molesto llegar mordida por un perro a la clase del lunes por la mañana. Los carros “yonkeados” (palabra 100% tijuanense) son otro obstáculo para pasar libremente por la calle, así es que en el “aquí” todos tenemos que caminar justo por debajo de la acera, lo que nos adiestra a tener visión periférica calificada, pues al mismo tiempo que debemos de cuidar el camino hacia enfrente, igualmente hay que cuidar los costados y las espaldas, por aquello de que un loco nos quiera llevar de corbata. Como se verá, vivir en esta ciudad nos hace desarrollar habilidades inimaginables, donde muy probablemente en otras ciudades del planeta sería casi como una anécdota fantástica. Pues en esta ciudad ¿latino-norteamericana? sucede así, siempre hay que estar “bien al tiro” ….“truchas”.
Llego al metro voy subiendo las escaleras, y me voy encontrando con la sección de “viejitos” que solicitan limosna y venden chicles con la colcha de la cama encima para cubrirse del frio, tal parece que esas escaleras del metro se especializan por rubros comerciales dependiendo la hora del día. Por la mañana sin duda, el mercado de trabajo está acaparado por ancianos, y personas con alguna discapacidad física. En una ocasión subía esas mismas escaleras del metro con un café capuchino que me había comprado hacía unos minutos, alguien me llamó “amiga” y mientras agachaba la mirada para ver quién me llamaba así, un joven me pedía cínica y discretamente que le diera mi café. Inevitablemente solté la carcajada de mi vida… aún no estoy segura por qué reaccioné así, pienso que de alguna manera me pareció de un cinismo brutal acomodarse en la esquina de una escalera y pedir abiertamente el trago de un café. Pero como siempre sucede, -o al menos a mí- estas situaciones siempre me colocan en una situación ambivalente. ¿Cómo no dar? pero ¿Qué tanto dar? ¿Cada cuándo dar?
Regresando con la subida de la escalera del metro, la misma situación me sucede con los viejitos, algunos venden chicles y otros piden limosna. Me he hecho la firme convicción que únicamente les daré dinero en la calle a los ancianos, por considerar que se encuentran en una situación difícil por su edad, y que al fin de cuentas sólo quieren comer. Pero me pongo en aprietos con aquellos que venden chicles, pienso que es una forma dignificante de ganar dinero, seguramente habrá una gran diferencia entre aquellos que venden chicles y los que piden limosna, me queda claro. Pero realmente a las 7 de la mañana lo que menos quiero es masticar chicle, no es tampoco algo que acostumbre y que necesite, sin embargo, termino accediendo a comprar uno o tres por el hecho de ver al viejito o viejita ahí ofreciendo sus chicles.
Cuando creo que mis dilemas morales han terminado, abordo el metro y se sube el primer personaje que me regresará a mi discusión interna, se trata de un chico o chica con una mochila con unas bocinas adaptadas que tocan a todo volumen los “éxitos” del momento: ¡diez pesos le vale, diez pesos le cuesta! dicen los vendedores con una combinación de música que definitivamente me separan de seguir leyendo el libro que regularmente traigo en mi bolsa para entretenerme durante el viaje. Definitivamente carezco de la capacidad de leer mientras hay fondo de música estruendosa y un vendedor con voz espectacular que anuncia su producto. Para evitar la lucha interna entre leer y escuchar, ó detener la lectura mientras el vendedor termina su jornada, lo más recomendable para mí misma es detener la lectura y esperar que venga la siguiente estación y termine la venta ruidosa, pero claro, mis expectativas de la siguiente estación, no son para nada pensar que será apacible para continuar con la lectura. Es probable que se suba aquel chavo con una colección de vidrios los cuales pondrá en el suelo y balanceará la espalda sobre ellos, cual faquir. Probablemente se suban los nahuas de la sierra de Puebla a pasarnos sus papelitos fluorescentes advirtiéndonos que ellos no tienen para comer en sus lugares de origen y se ven en la obligación de pedir una limosna. Así, llegará el momento de trasbordar de la línea verde a la café y encontraré otras situaciones como esta. Me he hecho la costumbre de cargar conmigo un poco de cambio o monedas sueltas para tener disponible algo de dinero para dar a cada uno que lo va solicitando y claro, que yo voy decidiendo según mis criterios (chafas) a quién si darle y a quién no.
Mirada externa-mirada interna: ¡Qué difícil! discernir entre las mordidas de los perros por usar las aceras y ayudar o no alguien por la calle, convidar o no un trago de café. Leer o escuchar el último disco de Ana Gabriel. Dar un peso a un Nahua de la Sierra de Puebla, o pensar que ellos tienen la capacidad de generar su propio dinero sin pedir limosna, y que el peso que les daré no les servirá más que para seguir alargando su pobreza….
Estos son los dilemas de alguien que intenta entrar y salir de esta ciudad para ver dónde estamos, y qué le está pasando, no sólo a un país… sino también a la humanidad…. hasta aquí queda, pero aún me falta salir del metro y venir de regreso a donde ahora estoy: mi casa.