DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

26 de noviembre de 2010

En el universo del vientre.

¿Qué es un sentimiento sublime? Nunca lo habría sabido si no fuera porque hoy te estoy esperando. Hay cosas que me han estremecido casi al punto del llanto, paisajes de la naturaleza como el Gran Cañón o las Barrancas de Cobre en Chihuahua, algunos libros como 100 años de soledad y los cuentos de Juan Rulfo, he conocido mujeres fascinantes maestras antiguas de la vida que me han enseñado tanto, con decir tan poco. Todas estas cosas –y más- han alimentado mi ser y he creído conocer lo sublime, pero ahora que te espero a ti, experimento un sentimiento que no me queda de otra que nombrar como sublime, a falta de una palabra mejor. He querido reconocer tu rostro, grabarme tu alegría, tu luz, tu quietud, tu pasividad, la inteligencia con la que esperas tu crecimiento, la atención con la que escuchas a tu mamá; he querido saber cómo eres, ¡tan solo si eres niño o niña!, y luego cuando me ofusco por no encontrar respuestas concretas, viene a mí un sentimiento sublime que ¿quién sabe cómo se explique? -si es que se puede explicar- puede ser amor, ternura, maravilla; lo incomprensible de la mente, de la inteligencia, y que apenas si las palabras más amorosas podrían expresar algo de lo que, en el universo del vientre de una mujer acontece. ¿Cómo puedo esperar a que amanezca para saber de ti, si en cada latido de mi vientre me viene una necesidad de pensarte, de verte, de observarte? No puedo esperar por la mañana a sentir que estás con nosotros, necesito despertar continuamente por la noche para, nuevamente, saber que estás aquí, quietecito-a, haciendo tu labor sabia de crecer. Intento intuirte, saberte, pero eres terriblemente sabio-a y no me dejas encontrarte en las profundidades oceánicas donde te has instalado. Estos sentimientos sublimes son tan palpables como inatrapables, un instante están en la mano y en otro segundo se esfuman, y solo me dejan un halo de ti que apenas conozco, pero que me hace saberte tanto que podría adivinar las pequeñas líneas que ahora se están formando en tus manitas.

9 de noviembre de 2010

Un microcosmos en mí.

No había comprendido, sino hasta hora, la relación que tenemos con aquello a lo que que tantos nombres le hemos puesto: Dios, Cosmos, Vida, Conciencia Universal. Dentro de mí, que soy una vida en sí misma, se está gestando una nueva vida, será el instinto materno o el vínculo que en éste estado se hace con la energía universal, pero me queda claro que dentro de mí hay un microcosmos y por ahora, me tocó ser la madre que lo sostiene. Así es la vida en el universo, todos estamos vinculados entre sí, compartimos energías, humores, pensamientos, vibraciones, y alguien ó algo mucho más grande que nosotros nos contiene. La conciencia de éste universo, dios, cosmos, vida ó conciencia universal, es la que nos podría hacer mejores seres humanos, de lo contrario nos encontramos vacíos.

27 de septiembre de 2010

Un viajerito llegó.

Desperté y ya estabas en mí,
fue como haber experimentado un milagro,
¿A mí? ¿Me puede pasar esto? ¿Será posible?
Era demasiado bueno, demasiado hermoso,
demasiado perfecto, demasiado. Apareciste en mi vida
como un trueno vibrante, cargado de energía,
que sorprende, que no avisa, que se queda y se
aferra. Me sentí tan llena desde que me avisaste
de tu llegada, me siento impregnada de tu energía
vital que contagia, por eso el despertar de tanta alegría.

6 de junio de 2010

RE-VIVIENDO

Abrir el corazón a menudo es complicado, nos han enseñado a pensar demasiado y en cada pensamiento se va algo del alma, algo del corazón, de la vida misma. Recuperar la conexión con una espiritualidad universal, con la energía del mundo, la relación con las plantas, el agua, los animales, y no se diga con los mismos humanos implica un trabajo extraordinario. Es una situación como de regresar a casa, al regazo que de hecho era nuestro y que la cultura -por llamarlo de alguna manera- nos ha adormilado tales capacidades. En esas ando ahora, ayer mientras iba caminado a Teotihuacán pensaba en mi regreso a casa, Jodorowsky en alguno de sus libros contaba un experimento que hizo con otro amigo donde el objetivo era solo caminar en una línea recta que se habían trazado imaginariamente, la idea era no dar vueltas ni esquivar algún obstáculo sino pasar por encima de él si era necesario. Así pasaban por encima de las casas, los árboles o cualquier situación que se les pusiera en frente, el tema era no perder el camino. Esa imagen se me ha quedado muy gravada en la memoria, y por eso ayer que iba al ZENDO-Teotihuacán (un lugar donde se practica budismo zasen), pensaba lo mismo: ahora estoy aquí caminado a dos horas de distancia de mi casa, con el sol encima y la tierra que se levanta con el aire, con el murmullo de las nopaleras siguiendo mi camino, y a mis espaldas la pirámide del sol, ahí quieta. Pensé, es como lo que describía Jodorowsky en su experimento de caminar en línea recta, “aquí estoy otra vez de regreso a casa”, “aquí estoy otra vez en mi camino”, estos pensamientos me llenaron de convicción sobre algo que me toca hacer o resolver ahora. Es por eso la necesidad de abrir el corazón hoy para decir que me encuentro re-viviendo, lo cual me llena de expectativas.

15 de abril de 2010

Triste. Melancólica. Enamorada.
Mucho tiempo había pasado antes de que Mariana volviera a experimentar estos sentimientos. Su sensación taciturna como aquellas veces en las que se enamoraba del imposible de la secundaria, o de la prepa. Repasaba una y otra vez las veces que lo había rozado con la mochila mientras subían las escaleras de caracol que llevaban hacia el salón de clases. –¿Me habrá visto? ¿pero cómo iba peinada? Ahhh! capaz que andaba toda greñuda y no me di cuenta y seguro pensó que soy una ridícula por no peinarme o parecer loca con los pelos parados ¿cómo iba?, ¡no me acuerdo!- En eso se le iban las noches a Mariana, y comenzaba a experimentar esa sensación dulce, apacible, de amor, algo en el pecho, no cosquillas, sino una sensación de presencia, de la presencia de algo dulce que está ahí.
Todo sucedió aquella tarde en la que decidió que quería ser una mujer amada, atractiva, que volviera locos a los hombres sólo por mirarla, se soltó el pelo, y se quitó los lentes, guardó el libro que siempre estaba a la mano como escudo, por si alguien la miraba sacarlo de inmediato y crear su ya conocido muro. Mientras caminaba se decía a ella misma “hoy soy la mujer que esperará sentada a que llegue él, al que siempre he esperado mientras me he dedicado a vivir, a subir y bajar, a buscar, a pensar”. “Hoy lo espero aquí sentada hasta que llegue, quien sea que tenga que ser, aquí lo espero”. Entre sonrisas internas, Mariana volteaba a todos lados discretamente a que llegara el supuesto amor de su vida, y es que estaba tan decidida, que sin duda, quien llegara debería ser, no su media naranja, sino casi, su alma gemela, así como todos los cuentos de amor que había escuchado, tal cual, quería que a ella le pasara. Después de todo los mitos se hacen porque a alguien ya le pasó, entonces a ella tendría que pasarle el milagro de encontrar al hombre de su vida.
Pues leyó, comió, pensó sobre sus planes y organizó lo que haría el día siguiente entero, resolvió algunas dudas de su vida, repasó lo que había hecho ese mismo día, se puso nerviosa por las cosas pendientes, se mordió las uñas, y se enredaba el cabello en el dedo índice mientras miraba hacia el infinito con la vista perdida. ¡Y nada! no llegaba. Se acordó que no tenía ni una gota de lápiz labial, ese día se había pintado las pestañas y pensó que quizás se le había corrido un poco el rímel, corrió al baño para darse una manita y cerciorarse que lucía bien. Estaba segura que ese sería el lugar, porque ya antes había pensado que debía ser en otra cafetería pero su corazonada le dijo que ese era el lugar correcto, el lugar del encuentro. Dieron las siete, las ocho y las nueve. Decidió irse, pidió la cuenta, finalmente, todo había sido una construcción de su imaginación. La cuenta llegó y la noche también. -¡Se acabó, me voy!- Mientras bajaba las escaleras apresurada para poder tomar el primer taxi que pasara, cruzó la mirada con unos ojos enormes, complacientes, tiernos, temerosos, esperanzadores, audaces, que le dijeron, ¡espera, no te vayas, ya llegué, aquí estoy! Los ojos no hicieron más que retenerla por unos segundos en el descanso de la escalera. Sólo unas palabras cortadas con la mirada, su nombre, dos pinceladas de su vida y un ¡no te vayas aquí estoy! Mariana, no creyó lo que estaba viviendo, no podía ser que una petición así, tan llana, tan a la ligera, tan repentina, se hiciera realidad. -¿pero realmente está sucediendo? ¿esto me está sucediendo a mí? ¿será él?-. Pocas cosas en su vida se habían resuelto como se resolvió aquel instante de su vida, ella dijo, no, no es él, pero sus cosquillitas en el pecho le confirmaron, una y otra vez, sí es. Mariana dudosa, siguió bajando la escalera, con la prisa de alguien que ha hecho esperar por mucho tiempo a una persona en la calle, con el miedo en las manos escurriendo de sudor, la cabeza atolondrada, con los labios a medio abrir sin poder articular una palabra, menos mal que los ojos los tenía bien clavados en Pablo, quien tampoco logró decirle nada con la voz, sólo intentaba desesperadamente, como sucede en los sueños cuando alguien intenta resolver algo una y otra vez y no se puede por alguna extraña razón. Pablo sentía esa misma impotencia de querer decir, y no tener palabras para detener a Mariana en su apresurada salida. Finalmente, Mariana detuvo el paso, se puso de frente a Pablo, y le dijo: te estaba esperando, -con el cuerpo a medio desvanecerse-. Pablo siguió mirándola con aquellos ojos gigantes, de asombro, sin poder creer lo que le estaba pensando, él había pensado por muchos años, que algo así debía sucederle en la vida, pero no calculó nunca cuándo y dónde. Mariana se sintió complacida de haber encontrado lo que andaba buscando, sin tocarle un solo pelo, sintió a Pablo de pies a cabeza, supo, exactamente cuál era su complexión, cómo estaba vestido, cómo eran sus manos, sus labios, hasta los zapatos. Mariana lo besó profundamente sin tocarlo, mientras lo veía fijamente, le dijo que lo amaba. Pablo le dijo con sus grandes ojos: ¡Mariana por favor no te vayas! Mariana, siguió su carrera, se subió al taxi le indicó cómo llegar a su casa. Al llegar, prendió un cigarro, y buscó el mejor libro, para pasar toda la noche despierta repasando una y otra vez la escena, con la duda clavada si no traía el rímel corrido, y el cabello despeinado como a ella le gusta. Desde ese día, Mariana vive, triste, melancólica y enamorada.

22 de marzo de 2010

AFUERA Y ADENTRO: MIRADAS INTERNAS Y EXTERNAS.

Salgo de mi casa y trato de observar con mirada lejana, las calles por las que paso, la gente que anda, las bardas de las casas, lo carros, la actividad cotidiana de la colonia. ¿Qué tan lejana puede ser mi mirada? ¿Hasta dónde puedo ser tan externa? Lo más lejos que puedo estar es posicionarme como una observadora latinoamericana que asemeja lo que ve en esas calles cercanas a su casa, una dinámica que recuerda a lo que se ve en aquellas ciudades del mundo donde nada, definitivamente, está organizado con formas lineales y perfectamente trazadas. Últimamente, cada casa es un negocio: una tienda de abarrotes, una cenaduría, una panadería, papelería, café internet, gimnasio, tienda naturista, cafetería, juguería, zapatería, reparadora de calzado, verdulería, en fin, la creatividad no es limitada y siempre habrá que inventar para poder sobrevivir en este “aquí” que nos ha tocado vivir a todos.
Caminar por estas calles es sortearse la vida, un carro pasa tan cerca de mí que me hace soltar un grito de sorpresa, pero claro, no pasa nada, sólo se está estacionando alguien que va de prisa, sus movimientos de automovilista son tan brutales y tan delicados al mismo tiempo, que existe una línea muy delgada, casi transparente, para sufrir un accidente. (Que de hecho ya lo he sufrido tan solo con el sobresalto). Las aceras no sirven para caminar, en ellas está el puesto de tamales y de tacos “varios”, está el perro bravo echado que ni acercársele, sería bastante molesto llegar mordida por un perro a la clase del lunes por la mañana. Los carros “yonkeados” (palabra 100% tijuanense) son otro obstáculo para pasar libremente por la calle, así es que en el “aquí” todos tenemos que caminar justo por debajo de la acera, lo que nos adiestra a tener visión periférica calificada, pues al mismo tiempo que debemos de cuidar el camino hacia enfrente, igualmente hay que cuidar los costados y las espaldas, por aquello de que un loco nos quiera llevar de corbata. Como se verá, vivir en esta ciudad nos hace desarrollar habilidades inimaginables, donde muy probablemente en otras ciudades del planeta sería casi como una anécdota fantástica. Pues en esta ciudad ¿latino-norteamericana? sucede así, siempre hay que estar “bien al tiro” ….“truchas”.
Llego al metro voy subiendo las escaleras, y me voy encontrando con la sección de “viejitos” que solicitan limosna y venden chicles con la colcha de la cama encima para cubrirse del frio, tal parece que esas escaleras del metro se especializan por rubros comerciales dependiendo la hora del día. Por la mañana sin duda, el mercado de trabajo está acaparado por ancianos, y personas con alguna discapacidad física. En una ocasión subía esas mismas escaleras del metro con un café capuchino que me había comprado hacía unos minutos, alguien me llamó “amiga” y mientras agachaba la mirada para ver quién me llamaba así, un joven me pedía cínica y discretamente que le diera mi café. Inevitablemente solté la carcajada de mi vida… aún no estoy segura por qué reaccioné así, pienso que de alguna manera me pareció de un cinismo brutal acomodarse en la esquina de una escalera y pedir abiertamente el trago de un café. Pero como siempre sucede, -o al menos a mí- estas situaciones siempre me colocan en una situación ambivalente. ¿Cómo no dar? pero ¿Qué tanto dar? ¿Cada cuándo dar?
Regresando con la subida de la escalera del metro, la misma situación me sucede con los viejitos, algunos venden chicles y otros piden limosna. Me he hecho la firme convicción que únicamente les daré dinero en la calle a los ancianos, por considerar que se encuentran en una situación difícil por su edad, y que al fin de cuentas sólo quieren comer. Pero me pongo en aprietos con aquellos que venden chicles, pienso que es una forma dignificante de ganar dinero, seguramente habrá una gran diferencia entre aquellos que venden chicles y los que piden limosna, me queda claro. Pero realmente a las 7 de la mañana lo que menos quiero es masticar chicle, no es tampoco algo que acostumbre y que necesite, sin embargo, termino accediendo a comprar uno o tres por el hecho de ver al viejito o viejita ahí ofreciendo sus chicles.
Cuando creo que mis dilemas morales han terminado, abordo el metro y se sube el primer personaje que me regresará a mi discusión interna, se trata de un chico o chica con una mochila con unas bocinas adaptadas que tocan a todo volumen los “éxitos” del momento: ¡diez pesos le vale, diez pesos le cuesta! dicen los vendedores con una combinación de música que definitivamente me separan de seguir leyendo el libro que regularmente traigo en mi bolsa para entretenerme durante el viaje. Definitivamente carezco de la capacidad de leer mientras hay fondo de música estruendosa y un vendedor con voz espectacular que anuncia su producto. Para evitar la lucha interna entre leer y escuchar, ó detener la lectura mientras el vendedor termina su jornada, lo más recomendable para mí misma es detener la lectura y esperar que venga la siguiente estación y termine la venta ruidosa, pero claro, mis expectativas de la siguiente estación, no son para nada pensar que será apacible para continuar con la lectura. Es probable que se suba aquel chavo con una colección de vidrios los cuales pondrá en el suelo y balanceará la espalda sobre ellos, cual faquir. Probablemente se suban los nahuas de la sierra de Puebla a pasarnos sus papelitos fluorescentes advirtiéndonos que ellos no tienen para comer en sus lugares de origen y se ven en la obligación de pedir una limosna. Así, llegará el momento de trasbordar de la línea verde a la café y encontraré otras situaciones como esta. Me he hecho la costumbre de cargar conmigo un poco de cambio o monedas sueltas para tener disponible algo de dinero para dar a cada uno que lo va solicitando y claro, que yo voy decidiendo según mis criterios (chafas) a quién si darle y a quién no.
Mirada externa-mirada interna: ¡Qué difícil! discernir entre las mordidas de los perros por usar las aceras y ayudar o no alguien por la calle, convidar o no un trago de café. Leer o escuchar el último disco de Ana Gabriel. Dar un peso a un Nahua de la Sierra de Puebla, o pensar que ellos tienen la capacidad de generar su propio dinero sin pedir limosna, y que el peso que les daré no les servirá más que para seguir alargando su pobreza….
Estos son los dilemas de alguien que intenta entrar y salir de esta ciudad para ver dónde estamos, y qué le está pasando, no sólo a un país… sino también a la humanidad…. hasta aquí queda, pero aún me falta salir del metro y venir de regreso a donde ahora estoy: mi casa.

21 de enero de 2010

¿Qué se hace cuando el insomnio llama a la puerta?

Muchas veces me he preguntado por qué no puedo dormir durante la noche, mientras intento conciliar el sueño construyo miles de historias para darme una respuesta a mí misma, para después pensarla y repensarla hasta que llega ese punto de la noche donde caigo en los brazos de Morfeo y me duermo rendida. Hoy, mi teoría cambió, pero bueno, no fue precisamente hoy, más bien, este pensamiento ya lo venía trabajando desde hace algunas noches atrás, solo que no lograba consolidarlo por la gran ilusión que siempre da el que un milagro ocurra de repente y al fin, llegue ese halo anhelado que es el sueño. Durante mis insomnios, he hecho de todo, leer –por supuesto-, he organizado mi plan de trabajo para el día siguiente, y hasta he resuelto asuntos sentimentales mientras intento conciliar el sueño. He fumado, y bebido vino, he improvisado una cama en otro lado de la casa, -aunque me parece patético- he prendido la tele y he intentado ver películas. En una ocasión, terminé bañándome a la una de la mañana. Pero bueno, decía, hoy fue distinto, hoy, comencé a preguntarme cuántas personas estarán pegadas a su computadora, ó a un libro, ó a un cuaderno tratando de escribir algo, tratando de encontrar algo que siempre se han preguntado (igual que yo pero ellos/as no por el insomnio), ese pensamiento hizo que en automático dejara las cobijas, las deducciones y acertijos para venirme a escribir algo en mi computadora y heme aquí. Hoy, la respuesta a mi insomnio fue que seguramente me está llamando el muso inspirador para ponerme a escribir, y que lo mismo le sucede a los grandes escritores de todas las épocas, la musa o el muso, los despierta por ahí de la una de la mañana sin tener más remedio que levantarse y ponerse a escribir, porque de lo contrario, su castigo será no conciliar el sueño y quedarse despiertos hasta “esa hora maldita” en la que llega inesperadamente una sensación de sueño profundo, un relajamiento total del cuerpo, una sensación casi infantil de despreocupación que permite iniciar el viaje hacia el primer bloque de sueños. Es una hora en la que, si la baba se escurre, no tiene la menor importancia, sólo, existe la sensación de entrega a dormir. Esa hora, son las seis de la mañana, momento en que comienza a amanecer y los pajaritos alegres comienzan a cantar muy cerca de la ventana de uno, y el sol comienza a hacer su aparición, los vecinos abren y cierran puertas, prenden su carro, el gallo canta, los perros ladran, el camión del gas pasa religiosamente, (a veces el camión de la basura) y para colmo, suena la maldita alarma, y yo con los ojos pegados sin poderlos abrir. ¡Ese es el tormento de los que padecemos insomnio! Pero bueno, como decía, hoy no me siento sola en esa lucha contra el sueño porque quise pensar en que alguien por ahí en las profundidades de esta ciudad hay alguien sentado, pensando, leyendo, escribiendo, y seguramente lo que menos quiere es dormir, al contario, quisiera que la noche fuera eterna para poder escribir y leer a sus anchas sin la necesidad de incorporarse a las tareas de la vida diaria y que exige el día. ¿Por qué se hizo la noche para dormir? ¿A quién se le ocurrió? si es el momento más propicio para escribir, y reflexionar sobre nosotros mismos, algunos median, bueno, de hecho yo he meditado durante la noche y es la hora en la que se sienten todos los cambios de temperatura, por ejemplo justo a las 12 de la noche, he sentido que baja, y regularme los perros ladran (uuyyy), luego la temperatura se regula, y a las seis de la mañana vuelve a ocurrir lo mismo. Bueno, estas son las reflexiones de alguien que padece insomnio, hoy me dio por escribir, no quisiera pensar estar aquí mañana, prefiero estar plácidamente dormida en mi cama, aunque si el muso inspirador me vuelve a llamar no tendré más remedio que levantarme y ponerme a escribir. Por ahora, me voy a navegar por las profundidades de internet y me iré a la cama, justo antes de que los pajaritos comiencen a cantar.