DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

3 de julio de 2009

Hay veces en que no queda más remedio que escribir

Séptimo piso-Mujeres
Caminaba con una lentitud casi analgésica a lo largo del piso mientras veía hacia afuera, entre barrotes que cortaban la vista hacia el jardín y pensaba…. ¿qué hago yo aquí? ¿Por qué la vida me ha traído hasta aquí?, no hubo respuestas, nunca las han habido, sólo ha ocurrido, sólo he estado encerrada por casi tres meses en un lugar donde solo veo los cuadros de las paredes y enfermeras dopándome con un vasito lleno de pastillas que de todos modos no me ayudan a olvidar nada… nada, que por cierto, nada que no quiero olvidar.
Todo eso pensaba Irene mientras veía hacia el jardín desde el piso 7º -mujeres, la vista casi se le borraba del sueño, y es que pareciera que la vida ahí se convierte en algo menos que un sueño aletargado que no tiene fin hasta que una visita llega y toca la puerta del pabellón y le pregunta ¿cómo te ha ido, comes bien, cómo te has sentido?
Irene nunca sabía qué contestar a esas preguntas, ella solo tenía una idea en la mente, solo una idea rigiendo su vida, no había más, la vida se redujo a su idea que casi se convirtió en una convicción, un valor, así es la vida y así me quedo. Así es que cuando llegaba su hija a visitarla hacía un esfuerzo exponencial por poder complacerla y contestarle tal y como contestaría una persona “normal” “me siento bien, si, estoy comiendo bien, ¡ah! Y también me ha ido bien”. Pero en las profundidades de su mente sólo había una sola respuesta para todo, solo sus labios y una pequeña voz débil era la que trataba de adaptarse al mundo exterior que la rodeaba.
“¿Qué hago aquí? ¿Por qué me trajeron?” Irene, segura de sus convicciones y certezas de pensamiento consideraba absurdo estar en un psiquiátrico mientras la vida allá afuera se movía y seguía su curso “Qué hago aquí, quién me trajo, por qué” “Yo no estoy loca, sólo hay alguien que me habla y me dice lo que tengo que hacer, por favor ¡que nadie piense que estoy loca!”. Entre enfermeras y familiares le daban calma diciéndole: “No Irene usted no está loca, simplemente tiene creencias diferentes a las del resto de la gente, pero no está loca, ande, tome sus medicinas”.
Irene, mientras tomaba dócilmente sus medicinas sólo pensaba, mientras veía el jardín que para ella representaba una inmensidad, en lo extraño y absurdo que aquella voz en su cabeza se había convertido, no obstante, tan real, tan viva, tan regidora de sus actos, pero ¿Qué había de malo en escucharla? ¿Qué había de malo en escuchar a alguien más? …. Continuó tomando su medicina y luego casi desvaneciéndose se echó a dormir.

Hay veces en que no queda más remedio que escribir.