DEJANDO MEMORIA Y VIDA EN ESTE LUGAR

15 de abril de 2010

Triste. Melancólica. Enamorada.
Mucho tiempo había pasado antes de que Mariana volviera a experimentar estos sentimientos. Su sensación taciturna como aquellas veces en las que se enamoraba del imposible de la secundaria, o de la prepa. Repasaba una y otra vez las veces que lo había rozado con la mochila mientras subían las escaleras de caracol que llevaban hacia el salón de clases. –¿Me habrá visto? ¿pero cómo iba peinada? Ahhh! capaz que andaba toda greñuda y no me di cuenta y seguro pensó que soy una ridícula por no peinarme o parecer loca con los pelos parados ¿cómo iba?, ¡no me acuerdo!- En eso se le iban las noches a Mariana, y comenzaba a experimentar esa sensación dulce, apacible, de amor, algo en el pecho, no cosquillas, sino una sensación de presencia, de la presencia de algo dulce que está ahí.
Todo sucedió aquella tarde en la que decidió que quería ser una mujer amada, atractiva, que volviera locos a los hombres sólo por mirarla, se soltó el pelo, y se quitó los lentes, guardó el libro que siempre estaba a la mano como escudo, por si alguien la miraba sacarlo de inmediato y crear su ya conocido muro. Mientras caminaba se decía a ella misma “hoy soy la mujer que esperará sentada a que llegue él, al que siempre he esperado mientras me he dedicado a vivir, a subir y bajar, a buscar, a pensar”. “Hoy lo espero aquí sentada hasta que llegue, quien sea que tenga que ser, aquí lo espero”. Entre sonrisas internas, Mariana volteaba a todos lados discretamente a que llegara el supuesto amor de su vida, y es que estaba tan decidida, que sin duda, quien llegara debería ser, no su media naranja, sino casi, su alma gemela, así como todos los cuentos de amor que había escuchado, tal cual, quería que a ella le pasara. Después de todo los mitos se hacen porque a alguien ya le pasó, entonces a ella tendría que pasarle el milagro de encontrar al hombre de su vida.
Pues leyó, comió, pensó sobre sus planes y organizó lo que haría el día siguiente entero, resolvió algunas dudas de su vida, repasó lo que había hecho ese mismo día, se puso nerviosa por las cosas pendientes, se mordió las uñas, y se enredaba el cabello en el dedo índice mientras miraba hacia el infinito con la vista perdida. ¡Y nada! no llegaba. Se acordó que no tenía ni una gota de lápiz labial, ese día se había pintado las pestañas y pensó que quizás se le había corrido un poco el rímel, corrió al baño para darse una manita y cerciorarse que lucía bien. Estaba segura que ese sería el lugar, porque ya antes había pensado que debía ser en otra cafetería pero su corazonada le dijo que ese era el lugar correcto, el lugar del encuentro. Dieron las siete, las ocho y las nueve. Decidió irse, pidió la cuenta, finalmente, todo había sido una construcción de su imaginación. La cuenta llegó y la noche también. -¡Se acabó, me voy!- Mientras bajaba las escaleras apresurada para poder tomar el primer taxi que pasara, cruzó la mirada con unos ojos enormes, complacientes, tiernos, temerosos, esperanzadores, audaces, que le dijeron, ¡espera, no te vayas, ya llegué, aquí estoy! Los ojos no hicieron más que retenerla por unos segundos en el descanso de la escalera. Sólo unas palabras cortadas con la mirada, su nombre, dos pinceladas de su vida y un ¡no te vayas aquí estoy! Mariana, no creyó lo que estaba viviendo, no podía ser que una petición así, tan llana, tan a la ligera, tan repentina, se hiciera realidad. -¿pero realmente está sucediendo? ¿esto me está sucediendo a mí? ¿será él?-. Pocas cosas en su vida se habían resuelto como se resolvió aquel instante de su vida, ella dijo, no, no es él, pero sus cosquillitas en el pecho le confirmaron, una y otra vez, sí es. Mariana dudosa, siguió bajando la escalera, con la prisa de alguien que ha hecho esperar por mucho tiempo a una persona en la calle, con el miedo en las manos escurriendo de sudor, la cabeza atolondrada, con los labios a medio abrir sin poder articular una palabra, menos mal que los ojos los tenía bien clavados en Pablo, quien tampoco logró decirle nada con la voz, sólo intentaba desesperadamente, como sucede en los sueños cuando alguien intenta resolver algo una y otra vez y no se puede por alguna extraña razón. Pablo sentía esa misma impotencia de querer decir, y no tener palabras para detener a Mariana en su apresurada salida. Finalmente, Mariana detuvo el paso, se puso de frente a Pablo, y le dijo: te estaba esperando, -con el cuerpo a medio desvanecerse-. Pablo siguió mirándola con aquellos ojos gigantes, de asombro, sin poder creer lo que le estaba pensando, él había pensado por muchos años, que algo así debía sucederle en la vida, pero no calculó nunca cuándo y dónde. Mariana se sintió complacida de haber encontrado lo que andaba buscando, sin tocarle un solo pelo, sintió a Pablo de pies a cabeza, supo, exactamente cuál era su complexión, cómo estaba vestido, cómo eran sus manos, sus labios, hasta los zapatos. Mariana lo besó profundamente sin tocarlo, mientras lo veía fijamente, le dijo que lo amaba. Pablo le dijo con sus grandes ojos: ¡Mariana por favor no te vayas! Mariana, siguió su carrera, se subió al taxi le indicó cómo llegar a su casa. Al llegar, prendió un cigarro, y buscó el mejor libro, para pasar toda la noche despierta repasando una y otra vez la escena, con la duda clavada si no traía el rímel corrido, y el cabello despeinado como a ella le gusta. Desde ese día, Mariana vive, triste, melancólica y enamorada.